sábado, 18 de agosto de 2012

DE LA CRÓNICA DE ANAHI


Di un montón de vueltas para escribir la crónica. ¿Por dónde empiezo? ¿Cómo la escribo? La hice varias veces en mi cabeza. Mientras viajaba, o caminaba, o mientras me bañaba, nunca en algún lugar que pudiera sentarme a escribir, claro. Me pasa que me cuesta mucho mostrar lo que siento, lo que pienso,  porque me da vergüenza, me siento expuesta.
Bueno, el sábado 18 fuimos pocos, faltaron bastantes. Esto, sumado a que Juan tampoco estaba y a que la clase anterior habíamos sido un montón, hacía que el salón se sintiera bastante vacío. Las actividades fueron coordinadas por 3 chicas de 3º año, de las cuales no recuerdo el nombre. 
En el caldeamiento caminamos por el salón, intentando liberar tensiones, como hacemos habitualmente. Con los ojos cerrados, nos pusimos a moldear una escultura con nuestras manos, en un lugar grande y vacío. Después nosotros fuimos esa escultura, que debíamos escapar del techo que se abría, y se caía a pedazos. Cuando el techo se abrió, sentí que entraba luz y aire fresco a través de él. Fue una visualización que me resultó fácil, porque a veces me cuestan un poco. Teníamos que correr y escapar de los pedazos que caían por todas partes. Estos pedazos que caían  nos sacaban partes, y cada vez se hacía más difícil seguir avanzando. Perdimos partes nuestras mientras intentábamos salir de ese lugar que se derrumbaba.
Después del caldeamiento, pasamos a hacer escenas, nuevamente con la técnica de “Multiplicación dramática”. Las escenas fueron tres.
La primera la propuso Camila. Participamos los 5 que estábamos. Éramos esculturas: 2 eran rígidas (Martín y Alicia) y dos tenían movimiento (Pablo y yo). Camila era la 5º escultura, que era semirrígida. Ella después dijo que se sentía más bien rígida, pero en realidad se movía bastante. Me tocó ser una de las esculturas en movimiento, y al principio no sabía cómo moverme, después me relajé, y ya no me importó. Nadie hablaba, solamente nos movíamos. Después las coordinadoras le pidieron a Camila que expresara como se sentía, e intercambiamos los lugares entre quienes hacíamos de esculturas fijas y móviles. Fue un alivio, porque me cansó un poco moverme tanto. Camila después dijo que se sintió mejor cuando dejó de estar rígida y empezó a moverse.
La segunda escena la propuse yo. En mi escena propuesta había dos parejas, cada una en un auto, y chocaban. Después de eso empezaban a discutir por el choque. Propuse la escena de una manera, pero salió de otra, porque en la que yo había pensado no había heridos, en la que hicimos en el escenario sí. Una de las parejas (Martín y yo) discutía con la “esposa” de la otra pareja (Alicia), y no se ayudaban ni se ponían de acuerdo, sino que se acusaban mutuamente por el choque. Mientras, el herido (Pablo) seguía tirado en el piso, y no se sabía bien si estaba herido de verdad o no. Nos hicieron cambiar los lugares. Ahora yo era la esposa del herido, y la otra pareja nos daba la espalda, nos ignoraba. Fue muy frustrante, la escena seguía, pero yo no sabía qué hacer. Además, el que era mi esposo, me insultaba. Las coordinadoras hicieron entrar a Camila, que ponía en acciones lo que yo sentía. Me preguntaron que creía que representaba en esta escena. Creo que aparecen dos partes mías, una intelectual y otra emocional, que chocan y no siempre (o tal vez nunca) están de acuerdo. Es una escena que puede ser que represente el lío que tengo en mi cabeza últimamente.
La tercera escena la propuso Martín. Había un chico (Martín) y sus padres (Pablo y Alicia). Él les quería contar algo, pero los padres no lo escuchaban, le decían que no era importante lo que tenía para decir. Las coordinadoras fueron agregando personajes. Primero entró Camila, que era un personaje que no hablaba y escuchaba lo que Martín tenía para decir, mientras los padres hablaban entre ellos y le gritaban que se callara. Después entre yo, que le repetía sin parar a Martín en el oído: “Habla más fuerte sino no te escuchan”. Martín empezó a subir la voz, y los padres también. En un momento estaban todos gritando.  Finalmente, cuando las coordinadoras cortaron la escena, Martín les pudo decir a sus “padres” lo que tenía que decirles. Dijo que se sintió mejor, aliviado, bien porque lo escucharan. Cuando habló, lo hizo de manera bastante tímida, y parecía que tenía más para decir que lo que dijo.
Para terminar el encuentro nos sentamos todos en ronda, como hacemos habitualmente, para hablar de lo que habíamos trabajado.

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