Me cuesta dejarme llevar, no pensar. Es una defensa, por
supuesto. Defensa a un posible dolor futuro, y que igual me causa dolor hoy.
Siempre me pasó. Me cuesta soltarme, relajarme, olvidarme de lo que
supuestamente "debería" hacer, dejar de ser buena alumna. Es por eso
que, a veces, no sé que quiero, porque es más fácil (en cierto modo) seguir el
camino trazado por otros. A veces sí sé que quiero, pero también soy consciente
(demasiado) de los costos de mis elecciones. Y creo que eso me detiene, me
frena, es lo que me impide hacer más, disfrutar más.
Fue un sábado movilizante. Por muchas cosas. Darme cuenta
una vez más de que me cuesta conectarme, fluir, y de la soledad y frustración
que siento después por no haber logrado compartir y compartirme.
También, como me pasa muchas veces, y creo que por lo
mismo que dije recién, me es más fácil elaborar algo después, en diferido, no
en el mismo momento de la acción. A solas. De hecho, estuve toda la semana
pensando en todas estas cuestiones, en todos los temas que se “despertaron”
después de las escenas de ese sábado. Por suerte pude llevarlas a mi terapia y
trabajarlas también ahí. Pero hasta eso me costó.
Por eso, esta vez me apuré para empezar esta crónica. No
quería olvidarme de lo que había pensado y sentido. No quería tener una excusa
para hacerme la tonta y cerrarme de vuelta. Así que, imitando a Pablo, agarré
una hoja y me puse a escribir, no esperé a “tener la oportunidad” de sentarme
frente a una computadora.
Seguramente cuando lea esto me esté muriendo de
vergüenza. Demasiada exposición, mucha apertura ¿Y si alguien se ríe de mí? ¿Y
si me abro y me hacen daño? ¿Y si igual me quedo sola? Expuesta al ataque
exterior.
Me resulta mucho más fácil trabajar en las sombras, desde
afuera. Me resulta más fácil consolar que ser la consolada, pero no porque no
lo necesite, porque sí lo quiero y sí me hace falta.
Así que gracias, a todos, por crear un lugar seguro, un
espacio en donde podemos mostrar nuestros deseos, miedos y fallas, y ser
aceptados igual.
Bueno, pasamos al relato del encuentro. Después del
caldeamiento, me tocó a mí pasar a hacer mi escena.
Fue movilizante desde el principio, porque la primera
persona que se me ocurrió fue mi papá. Después también aparecieron otras cuestiones,
que me cuesta aceptar o contar delante de otros, problemas con mi pareja,
necesidad de ser aceptada y aprobada por los demás, y entonces, la barrera se
levantó. Me costó olvidarme del resto, del público. Hubo algunos momentos en
que lo logré, pero el autocontrol siempre vuelve. Martín me ayudó a soltarme un
poco, al final. Juan, me parece, entendió que hasta ahí podía abrirme yo en ese
momento, y me permitió terminar la escena.
Después de mí, pasó Alicia. Yo todavía estaba bastante
aturdida por mi escena, hecha una bolita dentro de mí. Sin embargo, era
imposible no palpar su dolor. Belén lloraba, así que nos abrazamos, porque yo
también lo hacía.
Le tocó a Ale finalizar las escenas. Me sentí muy identificada
con su dolor, sentimientos de pérdida, de impotencia, de tener que poder, pero
a veces no querer.
En las 3 aparecieron el dolor, la pérdida, el no animarse
a aceptar lo que deseamos. En las 3 Romina dramatizó a nuestro padre o madre.
Para finalizar el trabajo hicimos ronda de abrazos, Con
Viru me puse a llorar otra vez, mientras él me recordaba que el abrazo tenía
que ser con alegría. A Romi le agradecí, por haber representado tan bien su
papel.
Bueno, no se acostumbren a este tipo de crónicas de mi
parte. Ya sabemos cuánto me cuesta abrir la compuerta y decirle a la gente
cuánto la quiero.